Hoy es uno de esos días en los que levantas un pie de la cama y maldices porque es el izquierdo, y no es que yo crea en las supersticiones ni cosas de esas, era simplemente una metáfora; te levantas media hora tarde de lo que tenías planeado, el fregadero está lleno de platos sucios y tienes un hambre de mil demonios pero gana ninguna de ponerte con el desayuno, entre otras cosas.
Pero sin embargo salí a la calle pues me tocaban cuatro interminables horas de Dinámica del Manto Terrestre, que, aunque sea una asignatura que me gusta muchísimo, cuatro horas son cuatro horas, oiga. Pero el hecho en sí, el hecho físico de salir a la calle tuvo un efecto inmediato en mí, algo había cambiado, algo era diferente por primera vez en mucho tiempo. Como muchos lectores habrán imaginado ya a estas alturas, sí, era el sol, efectivamente.
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Era raro extrañar las sombras
sobre el verde. |
La luz era oblicua, elíptica y despertaba algo en la roca y la hierba, era muy distinto de la difusa y confusa luz de un cielo encapotado que ha perdido la poesía. Los rayos del Sol de Utrecht por una vez radiaron en un cielo azul y calentaron el verdor y la piel fría de los holandeses y la de un servidor.
Pedaleé en mi bicicleta en mangas de camisa, feliz como una libélula en una corriente de aire ascendente, atravesando a velocidad pasmosa un paisaje que se me antojaba completamente nuevo, pues era en verdad como recorrer aquellas calles por primera vez bajo esa nueva luz vital.
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Tres soles de mentira
frente a uno de verdad |
Llegué a la facultad, la cual también parecía otra a pesar de lo hortera y el mal gusto de sus arquitectos, y el profesor de Dynamics of the Earth Mantle, que se llama Wim, parecía también muy entusiasmado por el repentino y agradable cambio en la climatología, y a pesar de que la clase duraba hasta las cinco de la tarde, nos prometió que saldríamos antes si nosotros le prometíamos a él que haríamos buen uso de ese tiempo libre y aprovechábamos aquella soleada tarde. Por Júpiter que me cae bien este compadre.
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Kvothe |
Efectivamente, a las tres y media el hombre dijo que ya teníamos aprendida suficiente termodinámica y nos echó prácticamente a la calle, y por mi parte, que la idea me había seducido bastante, me dispuse a hacer un poco la fotosíntesis de espaldas al horroroso edificio Minnaert y de cara a un Sol que ya ni era calvinista ni hereje, era un Sol digno de la fusión, un Sol de macetilla como el que más, de los que da gusto echarse una siesta en un baño del mismo.
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Sin manos |
De modo que leí, mientras oía cómo las grajillas se llamaban unas a otras y revoloteaban por doquier, emulando a sus primos, los cuervos.
Tras media hora que fue para mí y los fotones, decidí volver a casa y retornar a mis quehaceres, así que monté en mi metálico y verde corcel, y volví a recorrer la senda roja que me separaba del nido, y me maravillé ante el cambio drástico que efectuaba la luz del Sol, y cómo las sombras de los árboles lamían el suelo y aquello era hermoso de verdad.
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El nido |
Vuestras mercedes se preguntarán ''si tanto le emociona el Sol, ¿por qué siempre se va a países donde carecen del mismo?''. Ya me gustaría a mí saberlo, pero precisamente ese hecho hace que días como éste se valoren más.
Y eso, malandrines es por lo que nombro esta entrada ''Idem'', porque por vez primera, el Sol de Utrecht hace honor a su nombre. A más ver.
Marzo es lo que tiene, es un mes bonito :)
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