Caigan los siete infiernos, y uno más si encarta, sobre cada hereje hideputa que aun no siendo culpable, me esta haciendo maldita la jodida tarea de buscarme un techo bajo el que dormir.
Pero no nos precipotemos, es decir, mucho ha llovido desde la última vez que abandoné el relato insoportable y coñazo que me ocupa.
Actualmente resido en un cuchitrilcillo aplastantemente lejos de cualquier cosa salvo de sí mismo y de una maldita vía del tren que bien claro me deja su proximidad cada veinte minutos incluso por las noches.
Hace un frío de nevera y el sol hereje, negro e indigno de su nombre no levanta suficiente del plano horizonte ni para calentar lo más mínimo las miríadas de escarcha que se extienden por todos lados.
Fietsen, estamos jodidos. |
Utrecht es fría, es dura y grande, está sucia (ayer pude comprobar que algún hideputa decidió que el mejor sitio para descargar sus intestinos era precisamente en el ascensor de la estación de tren), la gente conduce como loca y hay que tener cuidado de que no lo atropellen a uno.
Para colmo, si no puedo registrarme en el ayuntamiento (estando donde estoy ahora mismo) tendré que pagar la hermosísima suma de doce mil maravedíes, en vez de los ya de por sí sangrantes mil setecientos. Mi compañero de piso aún no sabe de este brete y voto a tal que montará en cólera cuando le diga que tengo que hacer mutis por el foro y desaparecer del mundanal ruido para dejarle con su nevera. Muchas de estas cosas se resolverían mejor con un arcabuz.
Penurias.
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