martes, 14 de enero de 2014

Llegadas

Fue hace cosa de un mes, cuando subimos a un avión desde la belga Charleroi, y los funcionarios del aeropuerto homónimo nos hicieron saber su opinión sobre el reparto de peso en el equipaje facturado, opinión que no compartíamos en absoluto, así que una vez más nos hicieron un poco la puñeta, como viene siendo sana costumbre suya.

El último atardecer.

Un mes, como decía, de que regresamos a las Españas, enfrentándonos a unas felizmente cebadas Navidades, repletas de comilonas, tapeos y copitas, aunque esta vez moderadamente. Aunque lo que yo echaba verdaderamente de menos eran aspectos de la vida hispana que no podía permitirme en Flandes, como por ejemplo, un atardecer después de las cinco de la tarde. Fueron unas navidades de reencuentros con amigos de siempre a los que no veía desde hacía muchísimo tiempo y tampoco faltó una visita a la costa levantina, y a los rocosos espolones de Cabo Cope.

Que no está muerto lo que yace eternamente...

Pero aquí estoy de nuevo. Esta vez más solo que Laguna, escribiendo con dificultad en un traqueteante autobús que me lleva desde el Aeropuerto a la estación de tren. La frialdad de los locales no ha cambiado ni un ápice, sin embargo algo me sorprendió colgando entre cirros dispersos. Un sol dorado, colgando como un jamón en medio de un cielo azul claro. Extraño, sí. Quizás es éste el celebrado Sol de Utrecht, que por ventura viene a despedirse de mis orejas. Sólo que por esta vez soy yo el que hace mutis por el foro, y no él.

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