lunes, 13 de febrero de 2012

Gesloten


Sé que España no está la primera en muchas, quizás demasiadas cosas que me gustaría, y a veces algún fulano o mengano se pone farruco o tiene ganas de tocar los cojones, pero esto, señores, es un cachondeo.

Qué puede ser un sistema de ventas de billetes de tren muy moderno y electrónico y táctil y toda las gilipolleces que se le ocurrió a quien fuere pero que solo acepta monedas o tarjeta. Pero ojo, no cualquier tarjeta, es decir, que o tienes tarjeta de abonado ( sólo si eres holandés, no es el caso, qué coño) o si tu tarjeta de crédito es maestro (que como sea visa o mastercard la máquina empieza a insultarte a gritos, y por si fuera poco, en holandés). Y ¿De donde cojones, si vuesas flamencas mercedes lo sabem, voy a sacarme yo veinticuatro maravedíes que tan felizmente nos sangran, en monedas de a uno o de a dos?
¡Pero si he visto máquinas expendedoras de patatas fritas que aceptan billetes! Eso sí, las que hay en la estación no.
Tenía que coger un tren desde Maastricht, donde he pasado el fin de semana, a Utrecht, donde mañana empiezo las clases del máster.
Claro, son más de las cinco de la tarde y todo está cerrado, el tren está pitando como un cerdo en el matadero y hace un frío de pelotas. Tócate los huevos, yo me subo al tren y si me dicen algo les canto las cuarenta.
En cualquier caso pensé que casi nunca pasa el revisor pidiendo billetes y que esta vez quizás hasta me saliese el viaje gratis.
Pues no, a un cuarto de recorrido  un rojizo y rollizo revisor calvo como una bola de billar se me acercó y me pidió la consabida fichita amarilla. Le conté toda la historia y si soy sincero, me hice un poco el loco. El señor flamenco de gran tonelaje me aconsejó que me bajase en la siguiente estación y que allí cambiase de la manera que puediera y que comprase un billete para el siguiente tren, que vendría tras media hora, si le compraba el billete a él a bordo del tren me costaría treinta y seis maravedís más, eso sumarían sesenta maravedís. ¿Pero es que estamos locos?
Weert, o lo poco que pude ver del mismo. 
Gruñendo terriblemente me bajé del tren en un pueblo a mitad de camino que se llama Weert y empecé a buscar un sitio donde me cambiasen billetes de diez en monedas para pagar la cantidad de dieciséis maravedís para el tren a Utrecht.
Entré en un kebab pero cuando les dije que quería cambiar tanto dinero me dijeron que nanay pero que probara en un casino en la acera del frente.
Un casino. Cágate. entro en el casino y una moza de muy mal carácter me dice que están cerrados.
No sé si fue mi cara de cansancio o mi mirada fulminante, pero cuando le dije que sólo necesitaba cambio para comprar el billete de tren, me dejó pasar. Mandaría cojones encima de todo que en un casino me dijeran que no podían darme cambio. Algo me dijo que no era el primer desgraciado que les venía con la misma cantinela.
A pesar de toda la penuria, me enorgullezco de que la primera (y espero que última) vez que he entrado en un casino sea por motivos totalmente ajenos e inocentes.
Total, con mi billete comprado y un frío del copón en los pinreles me encuentro en la estación con un chaval chino muy simpático al cual le ha pasado lo mismo que a mí. Tras hablar un rato con él llegamos a la conclusión de que sólo los holandeses entenderán a los holandeses. Cabrones.
Y por supuesto, cómo iba a ser de otra manera, no pasó ningún revisor una vez ya tenía el billete.

Lo gracioso es que luego somos los españoles los que no damos pie con bola, agárrate los cojones porque esta mañana me doy con el colofón del asunto. Resulta que después de seguir con interminables rollos burocráticos (ya rayando en el absurdo) me dirijo a la ciudad a confirmar mi identidad para la creación de una cuenta bancaria holandesa (sí, en Rabobank, menos cachondeo) y resulta que los lunes ni siquiera abren. Gesloten. Kaputt.

Por lo menos me pusieron Black Sabbath en la cafetería, ya es algo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario